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8 de marzo de 2015

10 días al ritmo del gong

En el post anterior les conté que me estaba por ir a un curso de 10 días de Vipassana.

Ya volví. 

Y volví muy movilizada. 

Debo reconocer que antes del curso y durante los primeros días no estaba completamente convencida, al menos conscientemente, de que fuera una técnica adecuada para mí. Para entender los beneficios que podría obtener de esta técnica fue necesario experimentarla, vivirla, y no evaluarla desde el plano intelectual únicamente,

La experiencia puede llegar a ser muy transformadora. Lo digo desde mi experiencia personal y a partir de lo que pude compartir con mis compañeros/as de meditación una vez que pudimos hablar entre nosotros. Por supuesto que va a depender de cada individuo, de sus experiencias anteriores, de cuánto se entregue al proceso, y de los procesos internos que haya vivido hasta el momento. Pero en menor o mayor medida, hacer un curso de Vipassana te sacude la cabeza. Y en mi opinión, para bien.

Respecto a la finalidad de la técnica, el objetivo es reducir la desdicha. O sea, estamos hablando de:


Erradicar la desdicha de nuestras vidas no se logra en un curso de 10 días, como podrán imaginar, Pero es posible dar los primeros pasos en el camino, aprendiendo a observar la realidad del universo en nuestro propio cuerpo, y a mantenernos ecuánimes ante las sensaciones que observamos, ya sean agradables o desagradables.
Parece una idea muy utópica así expresada, me los imagino diciendo: "ay sí, como si fuera fácil no reaccionar ante las cosas que sentimos". EXACTO. No es fácil, es muy difícil, pero no imposible.

Respecto a la dinámica del curso, es básicamente hacer vida de monje/a por 10 días. Noble silencio, segregación de hombres y mujeres, celibato, aproximadamente 10 horas de meditación diarias (o de intentar meditar...), comida vegetariana (no matarás ni dañarás a otros seres vivos), y estricto cumplimiento de horarios. Todo al ritmo del gong.


Gong para levantarse a las 4 am, gong 10 minutos antes de cada sesión de meditación, gong para desayunar, gong para almorzar, gong para merendar, gong para cen¡NO! (no hay cena), gong para meditar, gong para la charla de la tarde, gong para ir a dormir. Gong, gong, gong.
Al principio, cuando la mente se niega todo el tiempo a colaborar, el gong puede llegar a ser insoportable. Luego, a medida que fui comprendiendo la naturaleza de mi mente (parlanchina, errática, distraída, cómoda, una fonola que me pasó música todo el tiempo....) y que me fui entregando al proceso, el gong dejó de ser un disparador de embole. Empecé a disfrutar del proceso alrededor del día 4, con certeza al día 6, y a trabajar con mucha voluntad y ganas de avanzar.
Todo el proceso es gradual, cada día se va agregando mayor complejidad a la tarea aprendida, a medida que uno se va estableciendo en la práctica. Los primeros días se aprende la técnica de Anapana, útil para empezar a entrenar la mente y prepararnos para Vipassana, que se enseña el cuarto día.

Los primeros días fueron frustrantes para mí, ya que no lograba enfocar mi mente como quería. Luego empecé a aceptarla, medio loca como es, y a entrenarla.

El día 10 se nos permitió romper el silencio, y comenzamos a intercambiar vivencias entre nosotros. Fue revelador enterarse que personas que me parecían muy sólidas en su práctica la habían pasado mal como yo. Fue duro para todos. Y es por eso que no se permite hablar, para que las vivencias que otros relatan no nos afecten o sugestionen, ya que el proceso es interno y  muy personal. Quizás estén pensando que mucha gente abandona el curso antes de terminarlo, y la verdad es que no; éramos 60 entre hombres y mujeres, y sólo dos personas se fueron. Parece imposible, pero no lo es. Otro aspecto importante es que no es una religión, con lo cual no entra en conflicto con la elección religiosa de cada estudiante.

Por suerte, uno no está solo. Hay un equipo de voluntarios compuesto únicamente por estudiantes antiguos (es decir, que ya han hecho un curso de 10 días), que se desempeñan como "managers" de hombres y mujeres, que cocinan y sirven la comida, suenan el gong, organizan el evento, etc. Los cursos de Vipassana se sustentan sólo con donaciones y voluntariado de estudiantes antiguos. Tal atmósfera de amor es muy movilizante.

Estudiantes, managers, y servidores. Todos felices.
Durante el curso me pasó de todo, desde negación ("esto no es para mí"), emoción, tristeza... Pedí perdón y agradecí a mucha gente que comparte o compartió la vida conmigo. Identifiqué aspectos que me traje para seguir procesando, me amigué con algunos costados de mi misma, y trabajé mucho la tolerancia. Creí que al volver el efecto iba a durar poco, que si uno no está inmerso en la atmósfera protegida de un curso la técnica no funciona. Pero no, pasan los días y sigo movilizada, sigo con ganas de seguir trabajando. Por supuesto que es más difícil concentrarse y meditar en casa, pero se puede. Y durante el día me doy cuenta que soy más consciente de cada cosa que hago, que no tapo lo que me pasa con otra cosa.

La prueba más contundente del cambio fue enterarme, al finalizar el curso, que entraron a robar a nuestra casa. Esto terminó de sacudirme la estantería, fue genial enterarme en ese precisos momento, una especie de patada al pecho que me hizo largar todo el llanto que venía aguantando (soy de las que no lloran fácilmente). Para mi sorpresa, no sentí bronca como en ocasiones previas, lo que más me afectó fue pensar que había perdido información y sobre todo fotos. Durante el viaje de regreso a Córdoba fui pensando en todo eso, haciendo una especie de duelo por lo que había perdido, y confirmando cuánto nos hace sufrir el apego a las cosas. Y fui entendiendo qué ignorante soy, por sufrir tanto por algo así. Es la ignorancia la raíz de nuestro sufrimiento.

A todos los que me cruzo les digo lo mismo: hacer un curso de Vipassana puede traerte muchos beneficios. Hay que vivirlo, no hay manera de que ningún relato transmita la esencia de la práctica. Y si no es en esta vida, será en la que sigue. El camino recién empieza.


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