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21 de marzo de 2014

Crazy Amsterdam

Salir de la estación central y que el viento con lluvia te sacuda la cara. Poner medio pie sin querer en la bicisenda y que un malón de ciclistas te ordenen a campanillazos que te hagas a un lado. Tratar de interpretar el mapa mientras un tram te acaricia el codo al entrar en la estación. Más viento, helado, te vuela el mapa. Amsterdam no es una ciudad para turistas desprevenidos, definitivamente no.





El esquema de calles y canales que se expanden radialmente desde Centraal Station hace que ubicarse sea bastante simple. Los nombres de las calles son impronunciables para esta argentina, y al principio parecen ser casi todos iguales, pero poco a poco se van dejando decir.


Amsterdam es una ciudad muy limpia, ordenada, con gente amable (excepto algunos ciclistas con sed de sangre de peatón...) y muy bellos canales. El transporte público es puntual, las frecuencias nocturnas son bastante precisas, mucho mejores que en Roma debo decir. Pero es bastante caro. Un ticket nocturno cuesta 5 euros (¡CINCO!!) si se compra arriba del bus. Digamos que en general todo cuesta un poco más que en Roma, que es mi único parámtero europeo a la fecha.


La famosa Zona Roja puede ser divertida y grotesca a la vez, con momentos en los cuales tanto hombre lujurioso (y usualmente bastante borracho) cansa y molesta un poco. Me dijeron que muchas de las chicas en exposición son verdaderas trampas para turistas, los cuales tras pagar la tarifa base de 50 euros se encuentra con muchas condiciones y barreras que seguro figuran en una letra escrita no sé dónde. ¿Y el sexo? Quedó en el imaginario del deseoso turista, atrapado con los ratones dentro de su cabeza. La recomendación: ir a La Haya, o buscar vidrieras lejos de la Zona Roja.
Los sex-shops abundan, desde localuchos bastante tristes, hasta grandes locales bien iluminados y con personal amoroso y dispuesto a asistir al comprador en su elección de juguetes, ropa, consumibles, aditivos, etc.


Red Light District

En lo que respecta al circuito menos mundano, Amsterdam está llena de museos. Ante tanta oferta, elegí el Stedelijk Museum; el museo es enorme, y tiene una colección increíble de arte contemporáneo y moderno. Requiere un par de horas para recorrerlo completo. El local que tienen a la entrada tiene objetos y libros hermosos; sorprendentemente no compré nada.
Frente al museo se encuentra el Museumplein, un amplio parque para descansar tras tantos kilómetros caminados. Quise entrar al museo de Van Gogh, pero la cola para comprar el ticket era TAN larga que me desalentó un poco. Aún así, intenté comprar el mismo en otra boletería en el centro del parque, pero cierran temprano, así que.... I'm sorry Vincent, nos veremos en otro viaje.

Me parece oportuno interrumpir el relato para volver a decirles que es IMPRESIONANTE la cantidad de bicicletas que circulan en esta ciudad. ¡Me vuelvo loca!!



El snack por excelencia en Amsterdam son las papas fritas, en un cono de papel encerado, con un buen copo de mayonesa holandesa encima. Los broodje son una opción muy salidora para el almuerzo; son sandwichitos con una diversidad excepcional de ingredientes, en una variedad de panes que volverían completamente loca a mi amiga @la_juyis.


La noche de sábado consistió en un intenso recorrido por las distintas opciones nocturnas de Amsterdam guiada por Shashank, mi host de couchsurfing. El alocado itinerario arrancó en un coffeeshop para fumar porro y comprar un "space muffin" para la vuelta, siguiendo con unas cervecitas en un pub con un grupo de soft rock en vivo. Luego descendimos a un sótano con unos punk revoleando las cabelleras en el escenario, rodeados de una muchedumbre de viejos y viejas rockeras, cubiertos de tatuajes y con camperas de cuero, y un olor a chivo húmedo que volteaba. La próxima parada fue en una especie de discoteca donde los bartenders repartían tragos, shots y sonrisas, y bailaban diversas mini coreografías al ritmo de la canción de turno. Las minitas estadounidenses bailaban alocadamente y gritando ante estos buenmozos de ojos claros que les soplaban besos desde atrás de la barra. Por supuesto, volaban las propinas. Esta gente sí que sabe hacer su trabajo.

La verdad que esta ciudad tiene tantísimo para ofrecer. Y es tan loca y divertida. Vale la pena venir al menos una vez en la vida. Estos dos días me parece que fueron poco, pero super intensos. ¡Voy a tener que volver!

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